jueves, 1 de octubre de 2020

Bogus

 Gabriela Cruz Valdés

 (Imagen proporcionada por la autora)



¿Habrás pensado en lo mucho que te extrañaría si me dejabas? Sabía de tus huidas fugaces, pero creí que conmigo eras feliz. Así pareció cuando llegaste.

Desde el tejado, intento ver la vida como tú. Hasta siento que podría aventarme y caer de pie como los de tu especie. Aun así no te comprendo.

Cuando esos brillantes ojos llamaron mi atención, te cedí todo, espacio y vida. Claro, eso no es mucho para un ser tan majestuoso como tú, pero no pareció incomodarte cuando aceptaste mi invitación. Así hiciste tuyo este lugar.

Cada día fue maravilloso. Me relajaba tanto ver cómo merodeabas por la casa. Dabas pasos largos y suaves como si acariciaras el suelo, a veces mirándome, a veces mirando al infinito.

Sentada en el sofá te invitaba a estar conmigo. Muchas veces me ignoraste y cambiaste de escenario, otras tuve éxito y conseguí algunos arrumacos. Nada como frotar piel con piel al ritmo de un blues y saboreando un buen vino. Varias noches quedé exhausta en esa sala, mientras tú preferiste la cama.

No hubo paseos juntos. Tu vida conmigo se resumió en una convivencia aislada. Rozabas tu cuerpo contra mí mientras leía y calificaba contigo los trabajos de mis alumnos. Después, te estirabas y sabía que era hora de hacer una pausa e ir a relajarnos un poco en la terraza, fumar un cigarro, respirar profundo el olor nocturno a yerba y observar la luna.

Quisiera no reclamarte, pero es inevitable. Te di los mejores momentos, las mejores lecturas, la mejor comida. Intenté no agobiarte con charlas vacías. Callaba cuando tu malhumor era evidente. Reía cuando jugueteabas frente a mí. Puedo entender que te molestara mi obsesión por la limpieza, pero quería que nuestro espacio fuera perfecto. Te conté que la perfección es algo con lo que tuve que lidiar desde niña, cuando aprendí que las sábanas deben plancharse bien y doblarlas para que a lo largo quede una raya delimitando la mitad de la cama, o que la ropa se separa por colores y tamaños, y no hay más lugar para los alimentos que el comedor o la cocina.

Conociendo tu naturaleza, cerré puertas y ventanas para evitar una estancia efímera. Sí, quizá fue eso lo que más te molestó. Lo noté cuando te asomabas a ver la calle. Apenas me dirigías una mirada o de plano ignorabas mi voz. Así, arrogante, indiferente, me gustaste más.

Llevo días lamentando el grave error cometido la mañana que desperté distraída. La noche anterior había tenido muchos exámenes para calificar. Estaba somnolienta y necesitaba aire, así que dejé ventilar la habitación mientras me preparaba para salir corriendo y llegar a tiempo a clase. Después de tanto cuidarte, de cuidarnos, dejé una ventana abierta. 

¿Pensaste que yo no regresaría? Quizá fue porque no me despedí. En serio, no fue intencional. Extraño acariciar tu hermoso y largo pelo gris. También esa mirada llena de luz por las noches y amarilla de día. Añoro cómo te restregabas entre mis piernas, y tu ronroneo. Anoche creí escucharte protestar como lo hacías cuando intentabas salir. Así llevo días, sin conciliar el sueño.

Hoy, después de tanto esperar, desperté con la seguridad de que podría encontrarte cerca. Caminé por toda la colonia, pero no tuve éxito. Di referencias. Te confundí más de una vez, aunque ninguno como tú, querido Bogus. Terminé aquí, en el tejado, invocándote. Busco una señal de tu regreso, aunque en el fondo sé, como me advirtieron, eso no sucederá.

 

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