Desde que te cambié el nombre para escribir un cuento de gatos, te convertiste en otra. Quise hacer de ti una historia: fuiste un gato y te llamé Sócrates, desde este nombre que inventé, tu vida hecha ficción se diluyó porqueno eres un cuento.
Mi esposo
decidió traerte un día a nuestra casa. Lo seguiste durante variosdías hasta su
oficina y se sintió tu dueño. Mis dos hijos compartieron con aclamación la
aventura de tu llegada. Enseguida te buscaron un nombre. Por el color negro de tu
fino pelaje, te pusieronBlaky. Luego exigí
que te dieran un baño, la primera regla de domesticación a la que quedaste
sometida.Siempre lo odiaste.
No me agradó
tu presencia, por eso decidí dejarte en la cocina, preparé tu cama con una caja
y un trapo viejo. Después supe que los gatos no tienen límites ni fronteras. En
pocos días te adueñaste de toda la casa; tus lugares preferidos fueron mi cama,
mi almohada y la esquina soleada de uno de los sillones de la sala. Con el
tiempo, mis hijos y mi esposo te empezaron a humanizar. Si ellos tenían hambre
o frío, también tú sentías hambre y frío.Querían tenerte calentándoles los pies
mientras veían televisión o echada sobre la mesa donde hacían la tarea. Yo te
quería fuera de la casa.
Cuando te
fuiste, me sentí contenta, pero el bullicio que hacía mi familia con tu
presencia desapreció como si te lo hubieras llevado colgado en el cuello. El
gusto que por un momento sentí con tú ausenciase esfumó al sentir el silencio
triste pintado en los rostros de mi familia. ¡Vamos a buscarla!, les dije.
Toda una tarde
por las calles del vecindario gritamos tu nombre. Agotados volvimos a casa sin ti.
Decidiste volver tres días después; estabas flaca y sucia. El bullicio alegre
volvió a inundar la casa.A partir de tu regreso empezaste a seguirmea todos
lados; te gustaba estar bajo la mesa de la cocina mientras cocinaba.
Dos semanas
después, nos dimos cuenta que estabas embarazada y sólo querías dormir sobre mi
almohada. Cuando te llegó la hora de parir, exigiste con un suave y constante
maullido que estuviera junto a ti; si te dejaba sola volvías a maullar con
insistencia. El brillo lloroso de tus ojos me transmitióel dolor físico que
sentías: fue como una conexión entre hembras.
Ese tiempo que
pasamos juntas, entre las contracciones y el parto, confirmó el cariño que por
ti ya sentía. Te anidaste entre mis afectos, poco a poco y con suavidad tu
cálida y silenciosa presencia se hizo imprescindible. Como dócil viento y sin
saberlos, nos sacudiste el polvo ríspido que a veces se acumulaba entre
nosotros.
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