lunes, 12 de abril de 2010

Gerundio


Regina Swain

(Foto de la autora)


Travesura. Carcajada ambulante. Truhán irreverente.

No hay nada fuera de tu alcance: Mi café, el pollo de la cena, el plato de caldo. La antena del módem. Tienes que probarlo todo. Tampoco hay superficies más allá de tus límites. Desde el techo de las literas que utilizas como parque de diversiones hasta la espalda de Roberto, que prefieres a la mía por ser más ancha y más sólida.

Cuando vamos de paseo eres todo un galán, esperas pacientemente mientras la gente te rodea y me pregunta si eres perro o gato; mientras tocan con curiosidad tu piel suave y tibia, completamente carente de pelo y yo les contesto abrumada que eres gato, que tu raza se llama Esfinge y que tenemos un poco de prisa porque debemos comprarte OTRO suéter, pues dejaste el último hecho pedazos. Algunos clientes de la tienda de mascotas sacan sus celulares y toman fotos de tu cara arrugada y tu espléndido y musculoso cuerpo mientras tú pareces posar, quieto y bien comportado con tu arnés rojo que contrasta con el color azul-gris que te caracteriza.

Finalmente llegamos a casa y protestas con un maullido recriminatorio cuando te doy un baño de toalla para limpiar todas esas huellas que podrían hacerte daño, antes de que las borres tú meticulosamente con la misma lengua rasposa con la que te lavas antes de dormir y de paso me lavas la mano que usas de almohada. Te dejo ir y de inmediato empiezas a galopar por la casa.

Gato-caballo-perro-chango-perico.

Roberto te carga y tú protestas una vez más mientras te dejas acariciar por mi marido. Tus maullidos acompañan todas nuestras acciones. Apuntan el ritmo de cada movimiento acompasado de tu cuerpo. Trepas al hombro de mi marido y permaneces ahí como un extraño pájaro en el hombro de un pirata mientras Roberto camina y hace sus cosas hasta que te fastidias y de un salto aterrizas en medio de la sala.

Tu ritmo circadiano está completamente sincronizado al mío y presientes que ya es hora de la cena. Sabes quién da la comida. Te acercas al humano indicado y le hablas en tu idioma de gato. Le pones una pata en la pantorrilla para llamar su atención y te aseguras de que te siga. Los dos llegan al mueble donde guardan tu comida y le dices algo más en tu idioma. El rango de tu voz es impresionante, vas del alto al bajo y manejas eficientemente el arte de la interrogación, la exclamación y la demanda. Siempre nos dejas claro el mensaje. Después de la cena es momento de bajar la comida haciendo algunas travesuras. Es precisamente a esta hora cuando haces honor a tu nombre.

Escultura en movimiento. Diablillo elástico.

Diego y Jimena duermen ya. Desde mi recámara escucho cómo Roberto y tú se enfrascan en una lucha de poder: tú insistes en abrir la recámara de los niños y mi marido en sacarte de ahí. En lo que Roberto te busca tú corres y te trepas a su escritorio aprovechando para darle un par de lengüetazos a su té, rematando con un salto a mi cama y de vuelta a la puerta de los niños. Cuando te cansas de “jugar” subes a la cama, muerdes una esquina de la pantalla de mi computadora, caminas sobre su teclado y finalmente escarbas la horrorosa cobija que la cubre y que fue comprada especialmente para ti.

Una vez satisfecho de rascar la cobija te acomodas junto a mí y te dejas adorar un rato. Me pides caricias rascándome suavemente la mano con tu pata derecha. Maúllas con signo de interrogación y te preparas para una sesión de amor uno a uno.

Fierecilla consentida. Motorcito de ronrón.

Tus ojos mercuriales parecen estudiarme un momento mientras te acaricio; de pronto te relajas y me ofreces tu mayor señal de cariño: enredas tu extraña cola prensil alrededor de mi muñeca. Somos amigos.

Te quedas dormido abrazando mi mano. La desprendo suavemente y te observo dormir un rato. El sitio donde deberían ir tus bigotes se mueve ligeramente, también veo un ligero movimiento en tus patas. Estás soñando y en tu sueño corres, juegas, brincas. ¿Qué soñarán los gatos? Seguramente sueñas con esas lagartijas que te obsesionan y que siempre buscas en los techos y en las ventanas. ¿Soñarás conmigo? Tus orejas se sacuden imperceptiblemente. Hasta en tus sueños tu sentido del oído es muy aguzado. Puedo escuchar a Roberto en el teléfono desde la recámara. No duermes como gato. Es tan cómico verte dormir así. De lado, con un brazo debajo de la cabeza, en posición fetal. Cuando estás dormido pareces más humano.

A la mañana siguiente eres el primero en levantarte. Desde que llegaste a la casa no necesitamos despertador. Eres el mejor reloj que hemos tenido. Todos los días a las 6:15 AM inicias el ritual de despertar a tus humanos brincándoles encima hasta que bajan a darte de desayunar. Después duermes toda la mañana y por la tarde el día de ayer se repite.