lunes, 12 de abril de 2010

Lagrá

Rodrigo Bazán Bonfil

"Vivir y no morirse de contento..."

Desperté esta madrugada porque mi perro ladraba. Normalmente no lo hace: es un perro educado en departamento y sabe que molesta a los vecinos; pero hoy ladraba muy fuerte, estaba alborotado y no se calmaba con nada. Me asomé a ver si alguien se había metido a la casa; no, nadie. Me asomé a la ventana: en la esquina tres perros tenían agarrado a un gato. Tres hocicos con dientes, cada uno tirando en dirección distinta. Gritaba el gato de dolor y enojo. Los perros gruñían y el mío trataba de hacerles coro, excitado, “cazando”.

No pude hacer nada.

Me quedé en la ventana viendo cómo los perros caminaban de lado con el gato en los hocicos. Con la sangre que empezaba a escurrirles de los labios. Con otro animal que se les moría en los dientes y ya ni podía defenderse. No supe qué hacer. Patié al perro por despertarme y me fui a dormir.

Volví de comprar el pan esta tarde, caminando con mi perro, que no ladraba; más bien papábamos moscas: la tardecita y el sol, ya se sabe, ponen de buen humor a quien sea y uno acaba queriendo incluso a los niños mongoles de su vecina. esa que pone música la madrugada del lunes porque está contenta y quiere que el mundo lo sepa.
Se alborotó (el perro) y de pronto corrió a la esquina; algo en la banqueta lo llamaba. Lo seguí y hallé al gato muerto; de madrugada pensé que se lo comerían los perros, pero ni siquiera tenía el vientre abierto. Me quedé mirando su ojo gris obscuro (el que no le vaciaron al morderle el cráneo) y la sangre seca que tenía en torno al hocico. Era un lindo gato beige con las patas y el rabo rayado donde los siameses tienen manchas obscuras; recordé una que me atropellaron la semana que me iba a Europa, hace como ocho años. Me le quedé viendo; pensaba cómo pasa el tiempo. Mi gata se fue una noche y supe que la habían atropellado porque a los tres días de no verla pregunté y un vecino dijo que el camión de la basura había recogido un gato parecido.

Mientras escribo sigo preguntándome si debo bajar a la esquina y envolver al gato muerto en una sábana. Si me toca (a ocho años de distancia) sepultar a mi gata querida. Si la culpa con que inicié aquel viaje estuvo agazapada esperando para asaltarme una madrugada.

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