lunes, 12 de abril de 2010

Los ojos verdinegros de Geisha

José Luis Ontiveros

Aquel despertar en la penumbra se rompía con los cristales quebradizos del agua que persistentemente retumbaban asordinados sobre las piedras de las viejas callejuelas de San Angel, en la oscuridad brillaba de pronto el relámpago que cruzaba el destino en las rayas negras del tigre que se escondía en la madrugada, mi perro SS rottweiler Thor y mi amigo el poeta René Téllez Lendech, caminaban en dirección a esas fuentes solitarias que de pronto aparecen en la ciudad como el ojo de un manantial en el desierto, en una de ellas -ya han pasado unos 20 años- nos ejercitábamos en la práctica de karatedo, preparándonos para hacer los saludos rituales cuando Thor siempre vigilante lanzó un ladrido, dos gatitas recién nacidas se esponjaban en vano alarde de temeridad ante Thor que como perro andante, de sangre noble y de buena ley las miraba con más intención de protegerlas acostumbrado desde cachorro a la convivencia felina.

Ahora que escribo estas líneas murió la última de las hermanitas que me acompañaron en mi condición de eremita y naúfrago de mí mismo, y lloro, no puedo evitarlo, siento que con la gatita Geisha se ha ido de mí una presencia protectora y santificante. Dejo a los demás el dolor cósmico y el de las grandes catástrofes, al parecer los hombres lloramos por verdades íntimas y desgarramientos internos, recuerdo aquellas noches de vigilia y desolación en que me miraban sus ojos refulgentes siendo mi ángel custodio, asistiéndome como las gemas intangibles de la piedad, nuestras largas conversaciones con maullidos, su ronronear para darme su afecto, y es que los gatos tienen alma, y bien sería pertinente que la Academia corrigiera en el diccionario aquello de perrada y le diera su genuino significado no como acción pérfida sino como acto noble y leal y agregara gatada cuya acepción coloquial es ingratitud o impropiedad del vulgo para darle su sentido de elegancia aristocrática y exigencia estética. Los gatos tienen mucho más alma que muchos humanos y de esta razón profunda que se asienta en sus bigotes y en la silueta toda de su perfección elástica nace que en varias religiones hayan sido elevados a símbolos sagrados como en la tradición egipcia, y que grandes escritores hayan vivido y cantado a los gatos como Baudelaire, Drieu la Rochelle en esa foto espléndida con su gato siamés y Lovecraft que recibía la inspiración onírica de sus relatos macabros de los gatitos que se acurrucaban en sus piernas o se montaban en su cuello cuando describía el terrible libro del Necronomicón cuya lectura provoca la muerte o la demencia como ocurrió con su recopilador el árabe loco Abdul Al-Hazred.

Por ello es que en este mundo de exterioridades y fingimientos, los gatos recuperan la autenticidad perdida de las almas, y la trasmiten en su lenguaje misterioso cuyo significado secreto contiene los arcanos de la sabiduría y que fueron estudiados por los sabios egipcios y en un libro de Lovecraft El significado de la lengua de Ur del que sólo se consiguen algunas copias incompletas. Geisha vivió en una verdadera clausura monacal, alguna vez dije de ella que podía ser una monja anarquista mas veo que fue para mi una deidad tutelar y que fue enviada por Alá para protegerme de mí mismo. Habrá quien diga que estas son fruslerías sensibleras y que no es de hombres llorar por los gatos, nada más equivocado, hace poco en España el escritor Fernando Sánchez Dragó escribió desde el fondo de su ser una oda a su gato muerto y hoy sobre el estruendo del mundo oigo los maullidos mágicos de Geisha, esos maullidos de amor que volveré a oír en el Paraíso.

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