lunes, 12 de abril de 2010

Yo pisaré las calles


Iliana Díaz Anguiano

(Foto de la autora)


14 de febrero.-

Entro a mi recámara. Estoy sola. Respiro profundamente y siento cómo la calma y la relajación empiezan a introducirse con el aire por mis narinas, desplazando el cansancio y el agobio. Un momento de contemplación. Un instante de silencio y de tranquilidad, un instante, el primero, para mí sola en el día. Repaso los eventos de las últimas 16 horas. Uf... misión cumplida. Me alegro, respiro con alivio. Un día más... la jornada llegó a su fin o cuando menos alcanzó una necesitada remisión.

Me recuesto en mi cama. Escucho mi respiración y el sonido del agua que se junta en los drenajes y cae alegremente hacia el patio, rompiendo la quietud de la noche. En el jardín o en la barda, una gata emite gemidos que nada tienen de lastimeros... Sonrío. En un impulso siempre repetido, como haciendo vigente un ritual, cuento las vigas de mi techo. Lo hago todas las noches, y todas las noches son nueve. Nueve vigas, cruzadas por una más grande que las sostiene. Como parte del ritual trato de recordar cómo se llama esa viga, la que cruza las demás, dando soporte al conjunto... y como parte del ritual también, termino desistiendo de esforzarme por recordar su nombre. No lo recuerdo, si es que alguna vez lo supe.

Una idea empieza a ganar fuerza en mi mente. Sí, lo vi cuando entré. El foquito rojo de la contestadora titila su promesa. No lo he escuchado aún. Sé que hay un recado para mí esperando a ser escuchado, pero he aplazado el momento para estar sola y en calma, dispuesta a ponerle toda mi atención. Volteo hacia mi izquierda y con el rabillo del ojo percibo la lucecita roja. Qué maravilla, pienso, qué misteriosa maravilla es la presencia de alguien más aparte de mí en la intimidad de mi cuarto, que se hace evidente en esa intermitencia luminosa. Qué maravilla estar sola y no sola, sola y acompañada, sola y al mismo tiempo abrigada con la idea de estar, o haber estado, en la mente de alguien cuando menos el tiempo suficiente para marcar mi número telefónico y dejarme un recado. Qué maravilla haber nacido en el siglo XX y vivir en el XXI, qué maravilla poder pulsar un botón y escuchar la voz de alguien que estando a muchos kilómetros se apersona junto a mí. Sonrío de nuevo. Las vigas sobre mi cabeza siguen siendo nueve. Cierro los ojos.

Minutos después, una parte de mi cerebro ordena a mi torso y a mi brazo moverse. Mi dedo índice presiona el botón. Una voz cordial pero fría, en inglés, me avisa que tengo un nuevo recado. Y acto seguido tu voz sale emitida del aparato, llenando el ambiente por diez segundos. Suficiente. Ya estás aquí.

El mensaje termina y vuelvo a mi posición inicial. Mi sonrisa se hace más pronunciada. Luego siento ganas de escucharte más tiempo y busco el mensaje que empieza de nuevo... Curioso tu tono. De aquí no, de allá tampoco, sólo de ti. Tono y acento de ti. Me gusta. Y más me gusta lo que dices, que siempre me tienes presente pero hoy más por el día que es, y que muy pronto volverás porque necesitas abrazarme. Yo también a ti. Eso lo sabes.

La voz cordial y fría anuncia una hora y un día equivocados. Sí, tengo que corregir eso, pero es lo de menos. Es parte de la maravilla que tu aliento grabado ahora sea atemporal y que pueda evocarlo cuando me plazca. Y me place. Y lo hago. Lo evoco. Te evoco. Y te apersonas. ¿Lo sabías?


22 de julio.-

Hoy salí a mi calle y andando la ruta de siempre regresé a casa, como tantas otras veces en tiempos más felices o infelices. Mi gata Negra caminaba conmigo, como acostumbra. Pero hoy, más que gato faldero parecía mi sombra en esa irreal hora en que la noche está por caer.

Cuántos mensajes distintos he imaginado que la Negra puede entregar… Cuántas veces la vi maltrecha en mis historias, flaca y llena de aceite, con esos ojos suyos de esmeralda escondida, ojos de espectro flaco y desesperanzado que en un momento dado refulgían, siempre en mis historias, porque luego de andar tantos kilómetros guiada sólo por su instinto y por el vestigio de tu recuerdo, te encontraba. Entonces era que sus ojos de alma en pena refulgían, entonces era que la Negra maullaba así, con ese maullidito aniñado y doliente, pidiéndote no ayuda sino atención a su mensaje: “Ella te ama, ella te piensa y te recuerda y vine a decírtelo, para llevarle de regreso las caricias que dejes en mi lomo y en mi garganta.” Sé que Negra lo hubiera hecho si hubiera podido entenderme cabalmente, y aunque yo jamás lo pidiera ella hubiera recorrido mil veces el camino de ser preciso, por carreteras y campos, escondida de los perros bajo autos estacionados, comiendo apenas, bebiendo apenas, descansando y durmiendo apenas con tal de llegar pronto a uno u otro extremo de su viaje.

Negra era hoy más que nunca mi sombra a esa hora del crepúsculo y todo en mi calle parecía estar a tono con lo que iba sintiendo. Ha llovido tanto en estos días que el cemento está verde, las losas de barro están verdes y hay brotes verdes saliendo de las grietas de la acera. Verde absurdo que antes me entusiasmaba, verde como todas mis esperanzas, que ahora me hace llorar porque cada pequeña planta que lo compone morirá sin remedio cuando el aire se seque, pues no hay tierra fértil que la alimente ni le dé suficiente asidero.

Pasamos Negra y yo por encima del tope, a una cuadra de mi casa. Fue allí donde alguna vez alcé mi cara para mirar la luna, que según yo también era mensajera. Fue allí que me detuve a ensayar sandeces en lengua extraña, ante la mirada atónita del vecino que abría su reja.

Hoy no hubo reja que se abriera. Agradecí el respeto. No había nadie en la calle salvo mi Negra y yo. Sólo había piso mojado, cielo apagándose gradualmente y la bugambilia de la derecha llena de flores camufladas en la creciente penumbra. Tal vez así está lo bueno y bello en mi vida, presente pero poco visible bajo las sombras.

Tu casa sigue ahí, jamás volvió a rentarse. La lluvia ha hecho estragos en ella también. Supongo que en la primavera tendrán que pintarla de nuevo. Nunca llegaste a ocuparla otra vez, con lo mucho que preguntaste por ella al principio de estos años.

Negra venía junto a mí, se me separaba para protegerse bajo algún auto de la posible llegada de un perro, y resurgía otra vez viéndome y hablando conmigo en su lengua gatuna, recitándome no sé qué consuelos. Pero no pudo evitar parar frente a tu casa y olfatear brevemente mirando hacia la entrada antes de internarse en el siguiente túnel bajo un auto. No sé si ella te extraña como yo. No sé si se entera de que ya no te veremos más, pero creo que lo intuye. Por eso lloro por las dos. Por eso y porque como dice la canción, yo pisaré las calles nuevamente y cuando mi hermosa plaza esté liberada, no quiero ya más que sea necesario detenerme a llorar por los ausentes. Por eso lloro así, porque quiero terminar de hacerlo lo antes posible y es mucho, mucho lo que falta por llorar.

Antes de abrir la puerta quise mirar la luna, pero no me atreví. Bajé la vista y la perdí entre tanto absurdo verde que brillaba aún bajo la penumbra.


13 de enero.-

Negra se perdió. Salió hace unas semanas y no volvió. No sé qué pasó con ella, no sé si finalmente decidió ir a buscarte y si fue así, no sé si te encontraría o no. Y en caso de haberte encontrado, sabe Dios de qué se enteró que no quiso volver.

Curioso colofón de la historia, he extrañado a Negra mucho más de lo que te extrañé a ti y eso me ha causado un gran alivio. Tal vez a fin de cuentas el amor es finito, tal vez deja algo más que sufrimiento cuando termina. Hoy ya no siento el vacío que dejaste, terminé de sentirlo cuando fue suficiente el tiempo del duelo y volví a salir, a caminar por mi calle sin peso alguno oprimiéndome el pecho.

Por cierto, tu casa sigue vacía de gente pero ahora la habita una jungla exuberante que se ha abierto paso desde el jardín. La hierba cubre las revistas amontonadas tras la reja y todo parece indicar que así se quedará, como la casa de las hierbas. No siento ya dolor al verla, sólo una punzada intensa en el pecho cuando imagino cuánto le hubiera gustado a Negra jugar a la cazadora entre las matas. Espero que donde esté haya muchas y muy altas.

Si está contigo por favor cuídala. Es lo único que me resta pedirte y esperar de ti.

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