Irving Ramírez
(Imagen proporcionada por el autor)
En otra vida fui
gato. No he dejado de caminar en esta madrugada fría. Estas calles tan
familiares, recorridas tantas veces en distintas épocas. Y, ahora, por las
bardas, bajo la luna llena, vago sin cesar sólo porque algo debe llamar mi
atención, ¿una gata en celo? Puede ser. Hace tiempo que no peleo por alguien, y
eso a veces es necesario. Es único este bamboleo, y esta ligereza, y esta
facilidad para las cumbres y alturas; asumo mi agilidad y agudeza de sentidos
nuevos, lo puedo todo. Soy un tigre breve, un retazo de luna, una posibilidad
de lo imprevisto. Brinco la teja, camino por la breve línea de cemento que
sostiene mi equilibrio, y me detengo porque veo algo que se mueve en el
callejón abajo. Brinco como 6 metros con facilidad, y corro a ver qué es ¿Un
insecto? No; es una rata, y me congratulo por mi suerte. La veo en paz en un montón
de basura, y zambullirse. Salto pero no alcanzo, me hundo bajo los papeles y
latas y bolsas de plástico. Oigo un ruido más allá y la veo salir hecha la
mocha. Mi velocidad es legendaria. Más para un gato europeo de calle; la veo
trepar una cornisa, y ya está a mi alcance casi, cuando escucho los maullidos
de los gatos en celo. He ahí la disyuntiva vital: ¿la comida y el instinto
cazador, o el apareamiento y el instinto sexual? No hay tiempo para más. Dejo,
con todo mi pesar, ir ese suculento bocado gris con cola pelada, y asciendo la
escalera contra incendios; brinco a una ventana, y de a ahí a la barda vecina;
veo al fondo de la azotea a una caterva de gatos: uno negro, uno pardo, uno
blanco, uno amarillo, y sólo falto yo: el verde, para todo el abanico de una
paleta de pintor. Ella es blanca y negra, y es sexi, gruñe, se eriza, aleja a
los buitres mientras yo, Ulisses, vuelvo a Itaca a recuperarla ¡Ah, Elena,
Elena¡ Sin embargo, allá la luna llena con su belleza derrochada; aquí la
fresca noche silenciosa, y me digo: que espere. Un gigoló se acicala. Comienzo
lamiendo mi garra (Huella dice mi ama humana), luego la panza y así…Ellos
pelean, los veo batirse, rodar, chillar como bebés hambrientos. Son feroces. Si
no fuese yo un cínico, me darían miedo. Grandes y furiosos. Yo prosigo ensalivando
mi cuello y los miro con desdén.
Ella ha volteado
a verme, extrañada de tanta autosuficiencia, y al fin, reconociéndome. Me
llama. Camino con la cola levantada y la barbilla al frente. Todos, al unísono
se me echan encima, porque odian la fatuidad y a los presuntuosos, como en
todas las especies. Nunca pierdo el glamur, caigo y recibo esos arañazos y
mordiscos con estoicismo. Me revuelcan. ¿Qué sería del mundo si uno no les regala
pequeñas victorias de vez en cuando a los lacayos? Ella entra al quite. Ellos
le temen. Ya salió un ojo a uno, salió volando en verdad, ¡lo juro¡ ya revolcó
al más grande, el amarillo, tipo Garfield; ya cacheteó al blanco sin
misericordia; yo, perjudicado y sonriente, me sacudo y espero, tendré que
morder su nuca. La luna me arenga. Argos me reconoce al fin; mis argonautas; la
historia misma… Valió la pena esa rata en fuga, y este periplo de verano aunque
no fuese con el heroísmo esperado, pero ¿Quién lo sabrá, a fin de cuentas? Ronroneo
(el ronroneo son las cartas de amor de
los gatos). Y alzo mi cola, camino lento y suave y silencioso hacia ella.
ALTERIDAD
Mi amo duerme. Y
me subo sobre él para mirarlo fijamente. Estoy así un rato en la oscuridad, y
luego acerco mi lengua rasposa a su nariz. El se agita y rasca como si tuviese
un mosco. Ayer quise ser él. Ayer soy un hombre. Ayer me bañé con agua ¡en la
ducha¡ Aghh y vestí con botas y ropa planchada,
y peiné con tiento, escogí el negro. Un buen rato rasurándome y depilando mis
mejillas, las cejas, crema, ¿y dicen que nosotros los mininos somos vanidosos? Loción,
colonia, y enjuague bucal, hilo dental, cepillada exhaustiva de dientes… partí
sin rumbo por mi ciudad en mi patín del diablo motorizado. Llevaba mi bolsa de
piel, y la buscaba sin buscarla. Los humanos se sabotean solos. Fui a sus lugares
(pero no la buscaba eh, seria mera casualidad). Y compre pastillas para el aliento,
tendría que estar impecable.
No podría pensar
en croquetas, leche, ni en atún. Pensaba en su pelo negro, su piel blanca, su
sonrisa diáfana, sus muslos duros, y en esa charla ingeniosa. Ella, la que se
fue sin aviso porque me metí con su hermana. Creo que los humanos somos más
imprudentes y azarosos que los gatos. Eso creo. Y, luego, no se dignó
reclamarme ¿para qué? Solo se escondió. De eso ya eran tres meses, y aquí me
veo ahora, hurgando en sus lugares. Qué difíciles son los hombres, se complican
solos.
La libertad no
significa nada para ellos. Bueno, como sea, seguí dando vueltas, deteniéndome
en bares, librerías, sitios donde ella pernocta. Incluso rondé su casa girando
frente a ella en esa noche fresca de luna llena, mirando su ventana. Tan fácil
para un gato subir y cerciorarse sin rodeos. Pero no: yo no estoy aquí; él no
está aquí tampoco por si preguntan; tú no estás aquí; nadie está aquí a final
de cuentas, en esta espera de verla.
Las apariencias
son la realidad ¿Y, si la veo, qué le diré? Ese es otro problema ¿Y si no me acepta
de nuevo qué hare? Tercero y último conflicto.
Ante eso, debí
dar la vuelta e irme. Pero mis amigos lo saben, y no perdonarán mi cobardía. Así
que espero. Situarse en dos partes es divertido. No lo es dejar de perseguir lo
que se mueve, hasta las estrellas fugaces, las lluvias de estrellas, las nubes
negras bajo la luna llena, ¡los murciélagos¡ y su ventana iluminada me dice que
ahí está. El solitario barrio, la calle vacía, y ella no salió a pasear. Leerá
semidesnuda, seguramente. Y hay tanto
que investigar en este vecindario; pero no: me sacudo mi condición. Yo, humano,
demasiado humano, he decidido esperar y llamarla con la mente o mi deseo, o
lanzarle piedras al vidrio para violentar encuentros. Pero prefiero ser gato.
Por ejemplo. Ahora muero por rascarme el anca derecha, y mis pelos vuelan
rebeldes, y mis bigotes se mueven ¿cantaré? ¿Una serenata será lo correcto? No importa.
Esta circunstancia por sí misma es emocionante. Al menos tengo ese chance, y el
amor, resultado impredecible. Pero vivir así ya vale la pena. Eso es ser humano.
Ahora lo sé. Equivale a 200 azoteas, 300 bardas, 150 presas que cazar, y gatos
que molestar, 200 horas sueño, y sorpresas del camino, esto…
¡Esperen!, parece
que la veo asomarse: un trozo de cabello se dibuja, y la mitad de un rostro,
como una luna entre nubes, y no puedo no dar de brincos felinos hacia atrás; entiendo,
claro, ahora: somos fusión de especies, de realidades, de acechanza y milagro,
y todo en un pequeño instante. Sé que algo cambio de todo, pero no sé qué.
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